Los indios huicholes viven en las sierras mexicanas, principalmente en el estado de Nayarit. Allí se encuentra un pequeño pueblo llamado Colorín, donde vive José Ríos, también conocido como Matsuwa, palabra huichole que significa «pulso de energía». Nacido poco antes de 1880, don José trabajaba con éxito la tierra hasta que tuvo un accidente en el que perdió la mano derecha. Interpretó aquel suceso como una llamada del mundo espiritual y empezó un aprendizaje que duró sesenta y cuatro años.
Conocí a don José en 1977, cuando vino a California a petición de cierta gente que, según él, deseaba «hallar su propia vida» por medio de la sabiduría huichole. Don José me dijo que había aprendido muchas lecciones de Tatewari, el «abuelo fuego» y de Tayaupa, el «padre sol». También me contó que con frecuencia había ido al bosque, solo, para consumir peyote, fruto de un cacto con propiedades psicotrópicas. A través del peyote había tenido acceso a Kauyumari, animal de poder identificado como el espíritu del pequeño ciervo. Este aliado le había ayudado a viajar por un largo túnel oscuro, a fin de obtener nierika o visiones de lo que don José tenía que aprender para proseguir con su prolongada formación.
«Cuando oigáis las canciones sagradas de mis labios, no soy yo quien las canta sino Kauyumari quien me las susurra al oído. Y yo os las transmito a vosotros. El es quien nos enseña y nos muestra el camino. Así es como es» ,6 declaró don José. También afirmó que había sido Kauyumari quien le había enseñado a curar a los enfermos, principalmente ofreciendo oraciones a los espíritus, succionando las impurezas del cuerpo del paciente y con el uso de sus flechas sagradas para equilibrar los «campos de energía» del paciente, radiaciones invisibles que, según se dice, rodean las partes vitales del cuerpo tales como el corazón, los órganos sexuales, el estómago y el cerebro.
Mis amigos y yo, sabiendo que a don José le encantaba la música y la diversión, en una ocasión le organizamos una fiesta. En plena celebración, don José frunció el entrecejo y se puso muy serio.
-Una de mis huicholes está enferma -dijo-. Debo regresar inmediatamente para ayudarla.
-Pero, don José -exclamé-, a estas horas no hay ningún vuelo a México y, además, mañana por la mañana debe dar una conferencia.
-Usted no lo comprende -suspiró don José-. Déjeme solo -agregó retirándose a un rincón, donde permaneció sentado media hora, mirando a la pared.
-He logrado ayudar a la mujer que estaba enferma -exclamó entonces-. Ahora volvamos ala fiesta.
Comprendí que había presenciado el «vuelo mágico» o experiencia extracorporal de un chamán.
Don José también ha conducido ceremonias para poner fin a la sequía. Durante una de sus visitas a California, la ceremonia huichole concluyó con una lluvia torrencial que puso fin a un período de sequía.
-Podían haberme avisado -comentó don José-. Habría venido antes.7
Afirma que las ceremonias sagradas son necesarias para dar gracias al mundo de los espíritus por su bendición. Sin dichas celebraciones, los dioses podrían disgustarse y despreocuparse de los seres terrestres.
Don José y otros practicantes espirituales huicholes realizaban frecuentes peregrinaciones al desierto de Wirikuta, en la altiplanicie central de México, donde crece el peyote. A veces, durante las ceremonias en las que ingiere peyote, don José pasa varios días y noches cantando, sentado en su uweni, o silla de chamán, a fin de que no se disperse el poder que se manifiesta.
Para don José, las visiones que le proporciona el peyote sirven para diagnosticar la enfermedad de paciente y prescribir el tratamiento, que podrá consistir en hierbas, oraciones, ayuno, o mandar el paciente al médico. Los huicholes tienen derecho a los cuidados que pueda ofrecerles la tribu y la obligación de cooperar con el chamán. Los pacientes de don José no sólo deben recuperarse de sus enfermedades, sino que necesitan «hallar su propia vida», descubriendo significado y alegría en sus actividades cotidianas, a fin de evitar una recaída.
Conocí a don José en 1977, cuando vino a California a petición de cierta gente que, según él, deseaba «hallar su propia vida» por medio de la sabiduría huichole. Don José me dijo que había aprendido muchas lecciones de Tatewari, el «abuelo fuego» y de Tayaupa, el «padre sol». También me contó que con frecuencia había ido al bosque, solo, para consumir peyote, fruto de un cacto con propiedades psicotrópicas. A través del peyote había tenido acceso a Kauyumari, animal de poder identificado como el espíritu del pequeño ciervo. Este aliado le había ayudado a viajar por un largo túnel oscuro, a fin de obtener nierika o visiones de lo que don José tenía que aprender para proseguir con su prolongada formación.
«Cuando oigáis las canciones sagradas de mis labios, no soy yo quien las canta sino Kauyumari quien me las susurra al oído. Y yo os las transmito a vosotros. El es quien nos enseña y nos muestra el camino. Así es como es» ,6 declaró don José. También afirmó que había sido Kauyumari quien le había enseñado a curar a los enfermos, principalmente ofreciendo oraciones a los espíritus, succionando las impurezas del cuerpo del paciente y con el uso de sus flechas sagradas para equilibrar los «campos de energía» del paciente, radiaciones invisibles que, según se dice, rodean las partes vitales del cuerpo tales como el corazón, los órganos sexuales, el estómago y el cerebro.
Mis amigos y yo, sabiendo que a don José le encantaba la música y la diversión, en una ocasión le organizamos una fiesta. En plena celebración, don José frunció el entrecejo y se puso muy serio.
-Una de mis huicholes está enferma -dijo-. Debo regresar inmediatamente para ayudarla.
-Pero, don José -exclamé-, a estas horas no hay ningún vuelo a México y, además, mañana por la mañana debe dar una conferencia.
-Usted no lo comprende -suspiró don José-. Déjeme solo -agregó retirándose a un rincón, donde permaneció sentado media hora, mirando a la pared.
-He logrado ayudar a la mujer que estaba enferma -exclamó entonces-. Ahora volvamos ala fiesta.
Comprendí que había presenciado el «vuelo mágico» o experiencia extracorporal de un chamán.
Don José también ha conducido ceremonias para poner fin a la sequía. Durante una de sus visitas a California, la ceremonia huichole concluyó con una lluvia torrencial que puso fin a un período de sequía.
-Podían haberme avisado -comentó don José-. Habría venido antes.7
Afirma que las ceremonias sagradas son necesarias para dar gracias al mundo de los espíritus por su bendición. Sin dichas celebraciones, los dioses podrían disgustarse y despreocuparse de los seres terrestres.
Don José y otros practicantes espirituales huicholes realizaban frecuentes peregrinaciones al desierto de Wirikuta, en la altiplanicie central de México, donde crece el peyote. A veces, durante las ceremonias en las que ingiere peyote, don José pasa varios días y noches cantando, sentado en su uweni, o silla de chamán, a fin de que no se disperse el poder que se manifiesta.
Para don José, las visiones que le proporciona el peyote sirven para diagnosticar la enfermedad de paciente y prescribir el tratamiento, que podrá consistir en hierbas, oraciones, ayuno, o mandar el paciente al médico. Los huicholes tienen derecho a los cuidados que pueda ofrecerles la tribu y la obligación de cooperar con el chamán. Los pacientes de don José no sólo deben recuperarse de sus enfermedades, sino que necesitan «hallar su propia vida», descubriendo significado y alegría en sus actividades cotidianas, a fin de evitar una recaída.